El caso francés y la lección para Europa

Bienvenido a un nuevo episodio de Integración o ReInmigración.
Hoy partimos de lo que está ocurriendo en Francia, porque los datos publicados en los últimos días no son solo una noticia del momento: son una fotografía clara de lo que sucede cuando un país deja de exigir integración, deja de transmitir sus valores y deja de afirmar, con claridad y firmeza, que la ley del Estado está por encima de cualquier pertenencia religiosa o cultural.

Según una encuesta que ha generado un fuerte debate, un porcentaje significativo de jóvenes musulmanes franceses considera que la Sharía es más importante que las leyes de la República. Más allá de las disputas metodológicas sobre estos datos, la tendencia es evidente: una parte de la segunda generación no reconoce plenamente la autoridad del Estado.
No se trata de un problema religioso ni étnico. Es el resultado de una integración fallida.

Durante años, Francia creyó que la igualdad formal era suficiente para construir un sentido de pertenencia. Creyó que evitar hablar de identidad impediría los conflictos. Creyó que la integración sería un proceso natural, espontáneo, automático.
Pero la integración no ocurre por sí sola. La integración debe ser dirigida, exigida y verificada. Y el Estado debe tener el valor de afirmar que ciertos valores no son negociables: la primacía de la ley democrática, la igualdad entre hombres y mujeres, la libertad personal y la separación entre la ley religiosa y la ley civil.

Cuando el Estado retrocede en estos principios, alguien más ocupa ese espacio: muchas veces los grupos radicales, muchas veces los líderes religiosos más intransigentes, muchas veces modelos identitarios alternativos que ofrecen certezas donde el Estado solo ofrece silencio.

El punto central es simple: no puede existir un vacío cultural.
Si el Estado no construye integración, alguien más construye pertenencia. Y esa pertenencia no siempre es compatible con los valores occidentales.

Lo que está ocurriendo en Francia es, por tanto, una advertencia para toda Europa — incluida Italia. Porque las dinámicas de las segundas generaciones son similares en todas partes. El conflicto identitario es el mismo. Y la elección es inevitable: o la integración es real, o aumenta la distancia entre los grupos sociales.

Aquí es donde el paradigma Integración o ReInmigración se vuelve necesario. No como un eslogan, sino como una regla.
Quien vive en un país europeo debe integrarse en tres pilares esenciales: trabajo, lengua y respeto de las normas. Estos elementos no son opcionales: son el requisito mínimo para formar parte de una comunidad nacional.
Y el Estado debe aplicar este principio de manera coherente.
Quien se integra, se queda.
Quien no se integra, regresa a su país.
No como castigo, sino por lógica, por orden público y por respeto mutuo.

El caso francés demuestra exactamente esto: cuando la integración se convierte en algo opcional, tarde o temprano surgen sistemas paralelos que viven bajo sus propias reglas. Y cuando las reglas difieren, ya no existe una sola sociedad: existen dos. Y no pueden convivir pacíficamente durante mucho tiempo.

Italia todavía tiene tiempo de evitar ese escenario. Pero debe tomar la decisión correcta ahora: exigir integración, medirla, hacerla cumplir y actuar cuando no exista.

Gracias por acompañarme en este nuevo episodio de Integración o ReInmigración.
Nos escuchamos en el próximo capítulo, donde seguiremos hablando, con claridad y sin filtros, de aquello que las políticas migratorias ya no pueden permitirse ignorar.

Articoli

Commenti

Lascia un commento